por Pedro Kupfer (traducido del portugués)
Decir arte sacro en el contexto del hinduismo, es superfluo. Digo
superfluo porque en la cultura antigua de la India no hay arte que no sea sagrado. No existe
una forma de arte que no tenga el propósito de revelar algunos de los múltiples
aspectos de lo divino y, al mismo tiempo, un camino para mokṣa, liberación. Cada forma de arte funciona como
un espejo que apunta a las infinitas manifestaciones del “Creador”.
Dentro
de la visión hindú (espiritualidad a través del cual
cientos de millones de personas
vivencian lo divino) el universo
entero es un único SER vivo al que se da
el nombre Īśvara. A través de todas
las formas de arte, teatro de
danza, desde la pintura a la escultura, desde la
música a la poesía, los artistas inspiran
a los devotos, al mismo tiempo que les permiten una relación única y personal con lo divino. En la sociedad tradicional hindú, todas las formas artísticas son altamente
ritualizadas y con el único
propósito de servir como puentes hacia
Īśvara en sus múltiples manifestaciones.
Nosotros, frente
el espejo del arte indio
A menudo, con el fin de disfrutar realmente de una cultura diversa de la propia debemos librarnos de prejuicios e ideas acerca de cómo deberían ser las cosas. Para entender mejor la cultura hindú antigua, como es el caso, debemos separarnos temporalmente de algunos de nuestros elementos característicos de la nuestra, como el énfasis en la iniciativa individual y los valores racionales del materialismo científico, y posicionarnos mentalmente en la Europa antigua.
En verdad, lo que
sucedía con el arte occidental en ese tiempo no era tan diferente
de lo que sucedía en la India
antigua: el papel del artista
medieval era plasmar a
través de sus diferentes medios
de expresión, el orden simbólico presente en la civilización desde el advenimiento del
cristianismo. Paseando por
los museos del Viejo Mundo
nos damos cuenta cómo el arte
medieval estaba en esta forma a lo sagrado: sabemos que la mayor parte de la producción artística
de aquel tiempo se centra en
la vida religiosa y sus múltiples
manifestaciones.
Pero la cosa no
termina ahí: el desconcierto del occidental delante de las manifestaciones
artísticas indias nace de la forma en que estas se insertan en la matriz de la
exaltación y fervor espiritual de este pueblo, que puede resultar para nosotros
incomprensible y aterrador. De este desconcierto surge, por tanto, un
sentimiento de rechazo: cómo nos sentimos desorientados ante esta vorágine de
símbolos, formas y nombres de la divinidad, como quedamos perdidos en el
laberinto de esta espiritualidad ancestral que se revela para nosotros de
manera innecesariamente complicada, tendemos a rechazarla.
Afortunadamente la
percepción a menudo distorsionada de las formas culturales y artísticas de la
antigua India que Occidente tuvo en el pasado, ahora está cambiando. Si antes
estas formas las percibiamos como bizarras, incomprensibles, o excéntricas, hoy
somos capaces de entenderlas mejor. Esto, ya que actualmente estamos mejor
equipados para entender y apreciar los símbolos a través de los cuales se
transmite esta peculiar visión de lo divino. En este sentido, la iconografía
sagrada constituye un lenguaje que se puede entender sólo si tenemos las claves
para desentrañarlo.
Un bosque de símbolos
Así, este
extraordinario bosque de símbolos, con sus deidades de múltiples brazos y
rostros, sus melodías y
danzas gestuales cautivantes y sus palabras
inquietantemente reveladoras comenzó a ser más accesible a nosotros por el
trabajo de generaciones de historiadores del arte, eruditos y yoguis que
estuvieron dispuestos a investigar, comprender y explicar la visión única de la
no-dualidad, advaita, que impregna
todas las manifestaciones culturales y artísticas de la antigua India.
Uniendo la
sensualidad y la espiritualidad con la pasión y desapego, el artísta hindú casi
siempre anónimo, integra lo profano en lo sagrado y celebra la plenitud de la
vida, al mismo tiempo que revela la unidad esencial que impregna todas las
cosas a través del libre uso de los namarūpaḥ, nombres y formas.
Todo namarūpaḥ apunta a algún aspecto peculiar de la creación. La creación, es
necesario recordar aquí, no es diferente al creador. La visión no-dual revela
que Īśvara es al mismo tiempo la causa material y la cuasa instrumental de
la creación (el sustrato y la inteligencia). Así, toda materia es Īśvara, toda ley natural es Īśvara, todo ser vivo es Īśvara, todo objeto inanimado es Īśvara. Por lo tanto, no hay separación
entre cuerpo y mente, ni entre profano y sagrado, no hay separación entre
tiempo y eternidad. Esta visión está plasmada de manera muy explícita en todas
las expresiones del arte hindú.
El arte como puerta para la espiritualidad.
La llave para abrir
estos símbolos se encuentra en los própios
śāstras del hinduismo. En concreto, en Vastusūtra
Upaniṣad, asociado con el ṛṣi
Pippalāda, del Athārva Veda, uno de los textos más
antiguos que transmiten esa visión única. Este Upaniṣad es
el primer texto conocido que se ocupa de la fabricación de las imágenes
sagradas, sobre todo en el arte de la escultura. Este describe la importancia
de la elección de materiales, tipos de roca, diagramas, la composición, la
disposición de las diferentes partes de la deidad (mūrti), y la aplicación de la visión estética de los nueve rāsas o nueve esencias emocionales con
los que cada artista debe trabajar.
El Vastusūtra Upaniṣad aborda igualmente las correspondencias
entre lo macrocósmico y lo microcósmico en las imágenes sagradas y su
simbolismo, así como la conexión entre la imagen antropomórfica y Puruṣa, el hombre cósmico. Pero lo que más nos
llama la atención en este Upaniṣad, supuestamente dedicado a esta forma
peculiar de arte que es la escultura y fabricación de imágenes sagradas, es la
importancia que se da en ella a la espiritualidad y, específicamente, a mokṣa, la liberación:
Del conocimiento del
Arte deriva el conocimiento de lo Divino.
Y este conocimiento
conduce a la Iluminación.
Esta Liberción es
realmente la esencia del conocimiento del Arte.
Aquel que reconoce esto
alcanza mokṣa.
Así vemos que desde
el pasado más remoto, la conexión entre el arte y la espiritualidad en el
dharma hindú es algo totalmente intrínseco. También hay que recordar que en la
cultura antigua de la India,
no hay ninguna diferencia entre bellas artes y artes aplicadas, o alguna
clasificación similar que podemos hacer de las diferentes expresiones
artísticas. El arte replica en todos los casos y bajo todas las formas, a la
necesidad que el artista siente de expresar la visión de la Unidad.
El arte como sādhana
Esta unidad,
subyacente en todas las formas y nombres de la creación, admite de esta manera,
diversas expresiones humanas, a través de natyaśāstra, el arte dramático, que
incluye disciplinas como la música, la danza, la poesía y el teatro, o del
vastuśāstra , el arte de las proporciones, que abarca la arquitectura, la
escultura, el dibujo y la pintura.
No hay forma de
arte en la cultura tradicional de la
India, que no sea ritual. Toda manifestación, cada forma
artística tiene como objetivo revelar la unidad, invariable, y siempre presente
en todo y en todos. El artista plasma en su obra la idea de que nada en la
creación, por pequeño o insignificante que pueda parecer, está fuera de lugar o
carece de valor. Por lo tanto, vemos que el arte no es ni más ni menos que una
forma de sādhana, práctica
espiritual.
En este sentido, el
arte hindú nos invita a la reflexión, la integración, a la percepción de la
unidad, tanto como para construir una relación personal y única entre lo divino
y nosotros mismos. Como dijimos antes, el arte no sólo está vinculado a lo
ritual, sino que nace de él. Está presente tanto en las prácticas para
propiciar paso a los dioses y ritos, como en las celebraciones que marcan el
paso de las estaciones y los ciclos de la naturaleza.
El papel del artista
El papel del
artista en este contexto no es cuestionar o subvertir el orden humano, derivado
del orden cósmico, ni investiguar las posibilidades de expresión, sino
reconstruir y glorificar a las formas sagradas que perpetúan la visión de la Unidad. Desde los albores
del tiempo, nació en la India
un lenguaje simbólico utilizado para expresar esta peculiar relación que es la
del ser humano con el cosmos.
Los primeros
escultores de la antigüedad, llamados śilpis
o śilpiyogis reconocían
intuitivamente esta identidad entre el individuo y el universo en guijarros y
fósiles que encontraban en los lechos de ríos y lagos sagrados. Buscaban para
los rituales, piedras redondas, a las que llamaban śālāgrama o brahmāṇḍa. Estas rocas eran (y son hasta hoy) considerados como representaciones
del SER Ilimitado, Brahmán.
Estos mismos śilpis construían yantras (diagramas sagrados) y altares para la realización del
ritual del fuego, yajña, por el cual
consagraban un espacio sagrado que facilitaba la concentración de la fuerza cósmica.
Al mismo tiempo los yantras
funcionaban como mapas de la psique humana, que a su vez reflejaba el mapa del
firmamento, como los rāśis (las doce
casas del zodiaco) y el navagraha
(los nueve cuerpos celestes).
El arte en los
espacios sagrados
El Śulbasūtra es el śāstra que mapea y orienta tanto la construcción de lo altares,
como la de los templos y espacios sagrados. Para cada tipo de objetivo, en el
caso de los altares, hay una forma determinada. Por ejemplo, para fines de
protección, se hacían altares en forma romboidal, para propiciar nascimientos
futuros auspiciosos, altares en forma de halcón o tortuga.
Es interesante
constatar que las instrucciones del Śulbasūtra
incluyem complejos cálculos matemáticos de entre los cuales se destaca el uso del
teorema de Pitágoras, para la conversión de un rectángulo en un cuadrado de idéntica
área. Así, el artista constataba y plasmaba en el mundo de las formas,
tridimensionalmente, usando ladrillos, metal o piedras, la correlación e
identidad entre bhūr, bhuva e svāḥ, el mundo de lo infinitamente
pequeño, el mundo intermedio, el de lo infinitamente grande.
En cada una de estas
tres dimensiones son visibles ciertas equivalencias, en las cuales los dioses
del panteón védico corresponden tanto a las estrellas o planetas como a los chakras (centros de fuerza) en el cuerpo
sutil, a los ladrillos apilados de los altares o a las propias cualidades
humanas.
La introspección y
el enfoque necesarios para los rituales se conseguían a través de la
contemplación de las correspondencias entre las líneas de fuerza de estos
altares y diagramas sagrados y las dimensiones sutiles a las cuales ellas
apuntaban. Así, la confección de una obra de arte ritual es la expresión del
vivir a través de los principios del orden universal, llamado dharma.
El arte del pūjā
Así, vimos que el
ritual facilita el enfoque y la concentración del devoto. El papel del arte,
por lo tanto, es el de fortalecer este foco. Por ejemplo, en la práctica del pūjā,
la ofrenda tradicional, tenemos en primer lugar el devoto y el objeto de
devoción. Dentro de la visión de la no-dualidad, no habiendo diferencia entre
el devoto y el objeto de su devoción, el ritual es una reflexión a través de la
cual se consagra esta identidad entre lo divino y el individuo y el todo, Jivātma
y Paramātma.
Para la práctica
del pūjā, son necesarios un lugar y un momento adecuados, lo mismo que
una serie de implementos. De la esencia y la intención de la práctica derivan
una serie de elementos y gestos rituales como mantras y mudrās
invocatorios, flores, agua, fuego, frutas, y utensilios, como una lamparita, el
porte o una cuchara, además evidentemente de la presencia de la mūrti, la forma
de la deidad, que puede ser una escultura de metal o piedra, o una pintura,
debidamente consagrada.
La manera en que
disponen los gestos, palabras de poder, utensilios y elementos de la pūjā
determinaran su estética. La orientación y disposición del espacio sagrado,
tanto si el pūjāri (devoto que conduce el ritual) está en el templo o en un
altar doméstico, apunta al centro de un yantra, diagrama sagrado de lineas de
fuerza cuyo centro, a su vez, funciona como eje simbólico del universo, axis
mundi, que es la sagrada montaña Meru.
Cada elemento a ser
ofrecio debe ser único y especial: flores frescas, pasta de sándalo,
incienso, prasāda (alimento sagrado),
kumkum (cúrcuma), agua pura y otros. El objetivo es crear, a través del arreglo estético de estos
elementos, una elevación en el devoto, para que este pueda concentrar su
pensamiento y poder en la acción que hace, para el beneficio de la comunidad o
del grupo familiar, en nombre de quién la pūjā es realizada.
Rāsa: las nueve emociones.
Por otro lado,
existe una teoría estética que impregna todas las formas de arte hindú, llamada
rāsa, palabra sánscrita que significa
“esencia”, y define las nueve emociones básicas con las cuales el artista
trabaja: hasya(alegría), krodha (rabia), bhibasta (disgusto), bhibasta
(disgusto), bhāya (miedo), śoka (sufrimiento), vīra (heroísmo), karuṇā (compación), vismayā (acción de maravillarse) y śāntaḥ (calma).
Este último
sentimiento es para las artes así como mokṣa es para el Yoga: Es la sintesis y al mismo
tiempo la trascendencia de todas las rāsas anteriores. En el caso de la música,
para quedarnos con una de las manifestaciones más conocidas, el artista
necesita conocer todo el espectro de las emociones que los sonidos, las notas
musicales, sus distintos arreglos
ascendentes y descendentes, lo mismo que los diferentes temas musicales,
llamados rāga, son capaces de sucitar
en la audiencia.
De esta manera,
explora (y despierta en la platea), a través del hábil manejo de ritmos y
melodías, todas estos nueve sentimientos a lo largo de los diferentes
movimientos de la obra que ejecuta, para concluir con la más profunda paz, śāntaḥ. Hay una linda história vinculada a la música y narrada en Chāndogyaopaniṣad (I:8,4-5), que ilustra el tema del cual ya
hablamos: toda forma de arte se fundamenta en lo sagrado.
“¿Cuál es el apoyo
de la melodía?” (Preguntó Silaka)
“El tono (svara)”, respondió él (Chaikitayana).
“¿Cuál es el
soporte del tono?”
“El prāṇa (aliento vital)", respondió él.
“¿Cuál es el
sustento de prāṇa?”
“El alimento”,
respondió él.
“¿Cuál es el apoyo
del alimento?”
“El agua”, él
respondió.
“¿Cuál es el
soporte del agua?”
“El más allá (mundo
celestial)”, respondió él.
“¿Cuál es el apoyo
del más allá?”
“No permitas que
nadie lleve la melodía más allá del mundo celestial. Nosotros colocamos la
melodía en el mundo celestial, porque ella es alabada por el (propio) cielo.”
Arte de ayer, arte de hoy.
Así, vimos que el
arte antiguo hindú, así como muchas otras expresiones culturales de esta
milenaria civilización, está más enfocada en la revelación de lo divno que de
otros temas están habitualmente asociados a los movimientos artísticos,
principalmente en Occidente, y especialmente en las últimas décadas. En nuestra
cultura tenemos tendencia a vincular algunas formas de arte a movimientos
contestatarios, de reforma social o simplemente de protesta.
Un ejemplo de este
tipo de ártista es el británico Banksy, que hizo durante mucho tiempo una
cruzada de un hombre sólo contra el hiperconsumo, usando el arte del grafitti
en las calles y otras formas de expresión como vehiculos para dar rienda suelta
a su descontento con la sociedad actual.
Otro artísta
revolucionario, de la generación de nuestros padres, es Zeca Afonso, cuya
música Grândula Vila Morena fue la señal que impulsó el inicio de la Revolução dos Cravos
(Revolución de los claveles), movimiento pacífico que acabó con la dictadura en
Portugal. Los revolucionarios colocaban
clavéles rojos (un símbolo de la cultura lusitana) en los cañoes de los fusiles
de los militares. Y, sin derramamiento de sangre, sacaron a los dictadores del
poder. Un bello de ejemplo de ahiṁsā.
Así, sin negar esta
importantísima función social del artista
contemporaneo comprometido que es cuestionar, contestar e inspirar
cambios en la sociedad, cabe decir que la espiritualidad y acción social no son
eventos separados ni necesariamente incompatibles.
A este respecto,
corresponde igualmente recordar aquí que, en la busqueda de la expresión
artística como vehículo para lo divino, muchos artistas de la India antigua fueron,
especialmente durante el imperio mugól, persequidos, encarcelados o ejecutados,
y sus obras destruidas por ser blasfemas y contrarias al islamismo,
especialmente en el periodo de gobierno del shá Aurangzeb.
Con esto estamos
queriendo recordar que la espiritualidad no está vinculado al conformismo o a
la indiferencia en relación al mundo en que el artista vive: en el pasado de la India, muchos artistas
pagaron por su devoción y actividades relacionadas con la propia vida.
Podemos ver de la
misma manera a los practicantes de Yoga contemporaneos: no necesitamos ser
personas apolíticas, frias o indiferentes a la realidad social que nos rodea.
Por el contrario: el yogui es (o debería ser) una persona comprometida en los
procesos sociales y ambientales del mundo en que vive.
Arte y libertad
Si el objetivo del
arte es mokṣa, como indica el Vastusūtra Upaniṣad que citamos al inicio, entonces el objetivo del artista es mokṣa y mokṣa es también el objetivo del aficionado al
arte. Y mokṣa, cabe recordar, es libertad, no en el
sentido de hacer lo que se desea, expresar lo que se quiere o garantizar los
propios derechos civiles, sino en el de realizar la más alta aspiración humana,
que es liberarse de la esclavitud existencial y de los condicionamientos
propios.
De esta forma, mokṣa no es sólo la meta del Yoga, del Vedānta
y del Āyurveda, sino también el objetivo de la danza, la música, el teatro
y de todas las formas de arte, y está dirigido (aunque no todas las personas
tengan interes en el tema) a todos los seres humanos, de todos los tiempos y
lugares.
Namaste!!!
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