lunes, 20 de enero de 2014

Comprendiendo el Bhakti Yoga


por Pedro Kupfer (traducido del portugués)


Oímos decir, y  a veces repetimos un poco sin pensar, que hay muchas “formas” de Yoga: Jñāna Yoga, Karma Yoga, Haha Yoga, Rāja Yoga, etc. Así el Yoga del Conocimiento sería adecuado para personas con una disposición natural hacia el estudio, el Yoga de la Acción sería conveniente para personas pragmáticas, el Yoga “físico” estaría indicado para personas inquietas, el Yoga “real”(raja) sería para gente más introspectiva, etc.

Esta manera de clasificar y listar “métodos” es arbitraria y equivocada. No obstante, está muy presente en la literatura actual del Yoga. En verdad, no existen métodos diferentes, sino etapas distintas dentro de un único camino, que es el proceso de crecimiento de cada ser humano. Así , los así llamados “métodos” son apenas momentos o fases dentro de este proceso mayor que podemos llamar vida de Yoga. Solamente existe un Yoga. A este respecto, dice el g Veda:

“Oh hombre que buscas la verdad y la sabiduría,
Abre los brazos y deja que el conocimiento
Llegue a ti de todas partes. La verdad es una y
Los sabios van a enseñarla de diferentes maneras”.

Por ejemplo, en el Haha Yoga Pradīpikā una guía clásico para la práctica del  Haha Yoga de aproximadamente 500 años, no queda clara la frontera, si existe una, entre  Haha y  Rāja Yoga, aunque el texto comienza afirmando que el primero, “como una escalera”, nos conduce al segundo. No en tanto, de la lectura atenta de esta guía, es evidente que ambos, Haha y Rāja, son parte del mismo proceso.

Por otro lado, los aparentemente distintos métodos descritos en el Bhagavadgītā, Jñāna, Karma y Bhakti Yoga, son en verdad etapas dentro de un camino único. El conocimiento me ayuda a ver las cosas como son, el yoga de la acción a actuar cultivando las actitudes adecuadas y el yoga devocional a lidiar de manera ideal con los frutos de las acciones, dedicándolas a Īśvara.

En este orden de cosas hay una forma de Yoga que ocupa un lugar especial: El Bhakti Yoga, o Yoga Devocional. Este es, claramente, uno de los aspectos menos comprendidos y que más distorsiones produce en el Yoga, ya que es el punto en el cual, aparentemente, el Yoga se aproxima más a la religión. Esta proximidad da lugar a maneras diferentes de observar esta peculiar relación que es la relación del Yoga con la religión.


Aversión a Dios
Nací en una familia en que nunca hubo instrucción religiosa de ningún tipo, y desde la infancia, miré con mucha desconfianza las religiones. Cuando niño, tenía pánico de las monjas y nunca logré entrar en una iglesia, tamaño pavor el que esos lugares me provocaban. Recuerdo también que había en casa de mis padres una Biblia con ilustraciones del grabador francés Gustav Doré mostrando el suplicio de los pecadores en el infierno que sólo aumentaban mi desconfianza, miedo y aversión.

En relación a la educación “espiritual”, lo más lejos que mis padres osaban ir, era en el sentido de inculcarnos valores humanos, como el sentido de justicia, decencia y la honestidad. Así, cuando en mis primeras lecturas de Yoga, en el fin de la adolescencia, supe que el Yoga contenía una dimensión o un aspecto devocional e inmediatamente, aquel viejo condicionamiento y aquella desconfianza, me hicieron quedar a la defensiva en relación al bhakti. Yo era un “humanista laico” y no me permitiría una actitud de debilidad o humillación que me colocase de rodillas ante un altar.

Mi sentido común no podía conseguir aceptar la veneración ciega o la simple idea de tener fe en algo que no estaba viendo delante de mí. Continué practicando apoyado en la idea de que otras lecturas o versos del Yoga no exigían esa fe ciego y al mismo tiempo solicitaban un gran esfuerzo personal, tanto en el plano físico como en el mental.

Las formas “técnicas” del  Haha Yoga fueron el mayor incentivo para la continuidad de mis prácticas en aquellos años. Si no hubiese existido esta posibilidad de abordaje a través del esfuerzo personal, probablemente habría desistido del Yoga, pues mi intelecto simplemente no aceptaba la idea de Dios, explicada de la forma que fuese.

En esa época pensaba que quien aceptase la existencia de Dios sin la presentación necesaria de pruebas, que por cierto nunca aparecieron, sería necesariamente alguien irracional y débil de espíritu. Mi diversión era provocar a los misioneros que encontraba en la calle esgrimiendo la Teoría de la Evolución de Darwin y pasaba buenos momentos riendo de las explicaciones que ellos daban para intentar rebatir el darwinismo. Hacía lo mismo con los devotos del movimiento Hare Kṛṣṇa.

Sin embargo, ahora que lo pienso, veo que, por detrás de aquella actitud mía burlona e irónica, había mucha curiosidad y atracción, y otro tanto de insatisfacción en relación a lo que esas personas tenían para decir sobre la devoción a las formas divinas, independientemente de los nombres que tuviesen.

Con los años de práctica, fui de a poco comenzando a apreciar los arquetipos llamados devas, o dioses hindúes, que prefería ver como representaciones simbólicas de los innumerables aspectos de aquello que es Uno, a quién me contentaba con llamar, en el mejor de los casos, El Absoluto. Con esto, comencé a cantar mantras, pero siempre manteniendo aquella vieja actitud de rigidez en relación a la idea de los divino, bien como en relación al creacionismos, al teoría que busca explicaciones diferentes de aquellas dada por la ciencia para explicar la creación del cosmos y la existencia humana.

Bhakti para desconfiados.

La ruptura de esta incomodidad sobrevino en mi primera visita al Āśram de Swāmi Dayānanda, en Rishikesh, India. Allá al mismo tiempo en que sentí totalmente saciada mi sed de conocimiento, respondidas satisfactoriamente mis preguntas y dudas en relación al Yoga y al papel de las prácticas, percibí que los estudiantes participaban con mucho entusiasmo y la misma actitud de confianza de las actividades del pequeño templo de Gagādareśvara, la forma de  Śiva como aquel que sustenta el Ganges, que queda exactamente frente al río.

A, la aspersión de agua bendita en el ídolo de piedra negra, pūjā, la adoración con agua, fuego y otros elementos, y la recitación de stotrams hacia parte de lo cotidiano en este hermoso templo. Estas prácticas dejaban mi corazón muy liviano, mas quedaba al mismo tiempo con una pulga detrás de la oreja y la sensación de que estaba “haciendo concesiones” a la fe ciega que tanto abominaba.

En una visita al  Āśram un tiempo después, Swāmijī explicó la manera en que funcionaba el proceso de la devoción y, a partir de ahí, todo quedó más claro y aquella incómoda pulga desapareció para siempre. Basado en el recuerdo de esa instrucción, voy a intentar colocar ese aspecto de la enseñanza en estas letras, que permanece frecuentemente en la oscuridad y, quien sabe, este texto pueda ayudar a otras personas que estén pasando una situación similar.

Por eso, me pareció que sería una buena idea usar un mahāvākyam, una de las grandes afirmaciones de la visión védica, oriunda del Kena Upaniad, un breve texto de 25 frases que está asociado al Sāma Veda. Pero antes de esto, vamos a pensar un poco en la veneración en los tiempos modernos, ya que el bhakti está presente en la sociedad de consumo, de una manera muy insidiosa y disimulada. Sin embargo, antes de entrar en el tema, tendremos que hacer algunas explicaciones necesarias sobre la diferencia entre conciencia y el conocedor.


¿Qué dioses veneramos?

Creo que es imposible no venerar. En la sociedad actual todo el mundo venera alguna cosa. Hay personas que veneran el dinero, poder, belleza, inteligencia. Personas veneran marcas comerciales, bienes de consumo, ídolos de música, del deporte o del cine. Personas veneran equipos de fútbol, banderas y partidos políticos. Aquel que venera el dinero queda siempre con la sensación de que no tiene suficiente. De este sentimiento de carencia surge la voluntad de acumular cada vez más, en un proceso que puede tornarse enfermo.

Quien venera la belleza se encontrará siempre feo o imperfecto, y nunca tendrá paz. El sufrimiento de él estará más que garantizado, principalmente cuando las primeras señales de envejecimiento comiencen a aparecer. Aquel que adora el poder será siempre un esclavo de él y siempre se sentirá débil, por sentir que no tiene suficiente, o por percibir que hay (o que hubo en el pasado) personas con más poder.

Quien venera la inteligencia siempre se encontrará burro (tonto) en el fondo, e intentará esconder esta estupidez de los demás usando un discurso erudito o innecesariamente complejo para decir cosas simples. Así podemos decir que la sociedad de consumo está basada en la veneración de estos tipos de objetos, que parecen haber sustituido a los símbolos y arquetipos usados antiguamente por las religiones.

El problema de estas formas de adoración de la sociedad moderna no es la adoración en si, ni está en los objetos de esta adoración, sino en el hecho de que ellas son siempre inconcientes. Quién adora, no sabe o no admite que adora, e intenta mostrar aquello que desea o tiene como algo natural o necesario. Sin embargo, sucede que el devoto de esos objetos gravita en dirección a ellos de manera totalmente inconciente, y aquí reside la insidia que mencionamos antes: estos objetos se tornan agentes de dominio tiránico sobre las personas, y garantía cierta de infelicidad.

Por lo tanto, si el acto de venerar es sólo natural, sino intrínsico al ser humano, es necesario escoger bien los “dioses” que serán objeto de nuestra adoración. ¿Cuáles son esos dioses entonces?

Conciencia, conocedor y conocido.

Cambiando un poco de tema, necesitamos ahora puntualizar algunas cosas en relación al estatus de conocedor y de aquello que es conocido para que comprendamos mejor la relación entre devoto y el objeto de devoción. Digamos que yo estoy teniendo una percepción visual y cierro los ojos. No dejo de existir por eso, sin embargo el conocedor, que yo soy, deja de usar momentáneamente el instrumento de conocimiento que es el mirar.

Al cerrar los ojos, no me torno no-existente. Continuo siendo, pero con lo sentidos “suspendidos”. Dejo de lado la capacidad de conocer, pero continúo existiendo como conciencia. Este “continuo existiendo como conciencia” es lo que llamamos conocimiento, o principio conocedor.

Es por esto que decimos que no hay diferencia entre Brahman y Brahmavidyā, entre el Ser y el conocimiento del Ser. Así, el pramātā, el conocedor, en su naturaleza original, es la Pura Conciencia. Ahora, repare que el conocedor disfruta de su estado de conocer, sólo cuando hay un objeto para ser conocido.

Veamos esto con un ejemplo: un profesor sólo es profesor cuando tienen alumnos que quieran tomar clases con él. Cuando está dando clases, él es un profesor. Cuando los alumnos se van, el continua existiendo en cuanto persona mas sin el estatus de profesor. El profesor sólo existe por la gracia de sus alumnos. Sin alumnos no hay profesor. Cuando los estudiantes dejan la sala, el profesor continúa existiendo, desprovisto de su función de enseñar.

Similarmente,  Ātma tiene dos estatus diferentes, uno natural y uno circunstancial:
1) El estatus intrínsico de Ātma es llamado chit, conciencia,
2) el estatus incidental de Ātma es llamado pramātā, conocedor.

Ātma es conciencia, y “disfruta” del estatus de conocedor a través de las experiencias. Es por esto que todas las experiencias son experiencias de Ātma: despierto o soñando yo soy el conocedor. Durmiendo*, soy conciencia, pues no estoy teniendo experiencia o pensamientos de ningún tipo.

Es a esto que apunta el mahāvākyam del Kena Upaniṣad que mencionamos anteriormente y  que se repite en los últimos cinco mantras del primer capítulo de esta obra. El dice “tad eva brahma tvaṁ viddhi nedaṁ yad idam upāsate”. “Usted es este Brahman, y no aquél que las personas veneran”.

Para que entendamos mejor este mahāvākyam, necesitamos, siguiendo la sugerencia de Swāmi Dayānanda, hace una pequeña reconstitución del texto al traducir este verso, agregando tres palabras en el final. “Usted es este Brahman, y no aquél que las personas veneran (como un objeto)”. Ahora, ¿cómo se vincula la afirmación inicial de esta mahavakyam, “Usted es este Brahman” con la porción final, “ y no aquél que las personas veneran (como un objeto)”?.

Brahman no puede ser venerado.

¿Cuál es la diferencia entre una víctima del consumo que adora las marcas comerciales y un devoto arrodillado frente al altar? Esencialmente, depende de la actitud de cada uno. A priori, si la actitud fuera la misma, no hay diferencia entre el fashion victim y el devoto ciego: ambos se postran delante de sus objetos de deseo, ambos buscan completarse o acabar con la sensación de vacío estando próximos del objeto escogido.

La veneración de alguna de las múltiples formas de Brahman como un objeto es tan equivocada como puede ser el intento de conocer a Brahman como un objeto. Brahman es el sujeto que observa, por lo tanto, no podrá ser nunca un objeto observado. Así,  Śiva no es un objeto,  Sarasvatī no es un objeto,  Gaeśa no es un objeto. Cuando usted hace una postración frente a un altar, usted no está reverenciando nada diferente de aquello que usted es.

Bhakti dual, bhakti no-dual.

El devoto adora sus dioses, mas ¿cuál es el lugar que ocupan estos dioses en la práctica de Yoga? En otras palabras, ¿quién es “aquel que las personas veneran”? ¿Por qué hacemos  pūjās para Kṛṣṇa, Gaeśa, Sarasvatī?¿Cómo interpretar estas a la luz del Upaniad?¿ Rāma, Śiva, Lakmī, son Brahman o no? Dependiendo de cómo interprete usted estos nāmarūpas, estos nombres y formas.

Cuando usted se refiere a Rāma, por ejemplo, usted se refiere a la mūrti, la escultura que esta viendo frente a usted,o a un objeto de su conocimiento o al principio de Pura Conciencia? Rāma no es un objeto que usted adora. Sino él sería sólo un objeto de experiencia, un prameya, por lo tanto.

Así, el Rāma que usted experiencia no es Brahman. El Kṛṣṇa que usted experiencia no es Brahman. El Gaeśa que usted experiencia no es Brahman. Sea cual sea lo que usted adore, ese objeto de su adoración no es Brahma. En todos los casos, este objeto es un prameya, algo conocido, y no el pramātā, el conocedor, que es la realidad última.

Entonces, ¿por qué existen estos son devattās? Los devas tienen una función de señalarnos Brahman. Ellos son lakaas, son indicadores de Brahman, como los carteles de las calles. El cartel no es el lugar donde usted quiere llegar, pero si indica la dirección en la cual este lugar se encuentra. Las escalas no son el piso superior de la casa, pero sin ellas no puedes llegar al piso allí. No puedes desechar las escalas para llegar al piso superior, así con no debes desechar los carteles de las calles que le indican el camino.

Entonces, esta adoración que llamamos Bhakti Yoga tienen una función de prepararnos para la comprensión de Brahman. Sin los devas, que son mithyāḥ (ilusorios, relativos), no llegamos a satya, lo real. Kṛṣṇa, Śiva, Sarasvatī, sólo serán realmente adorados y comprendidos cuando se conozcan como el Yo, como el  pramātā que posibilita los prameyas, el conocedor que posibilita las cogniciones.

Así, en el estado inicia, Gaeśa, Śiva, Lakmī, son objetos de nuestro conocimiento. En el estado final, ellos son el sujeto que conoce. En el estado inicial, el bhakti es conocido como dvaitabhakti, devoción dual (yo    él). Al final, el bhakti es conocido como advaitabhakti, devoción no dual (yo = él).

Solamente en advaita bhakti  Īśvara es real. En las otras formas preliminares,  Īśvara es mithyā, es ilusorio, sin importar cuan impresionantes puedan ser sus darśanas, sus visiones o éxtasis meditativos. Estas visiones no tienen nada que ver con la Realidad de Brahman.

La realidad es Brahman y la verdad es que Brahman no puede ser visto. Así, usted puede desistir de sus intentos de buscar una “experiencia” de Brahman. Para bien y para mal, usted ya es este Brahman que puede estar buscando en las experiencias, sean sagradas o profanas. Usted no puede negar esto, aunque quiera, pues esta es su naturaleza real.

Buenas prácticas, buen Bhakti para Usted.

Namasté!!!


*Al decir "durmiendo" estamos señalando el estado de sueño profundo, donde no hay sueños. El español no permite una distinción clara entre ambos estados.

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